miércoles, 24 de septiembre de 2008

De jubilación, neoliberalismo y tormentas bursátiles


Gracias a los gobiernos neoliberales, de Salinas a Calderón, la jubilación de los trabajadores es hoy un flamante negocio privado. Contra los antiguos regímenes de solidaridad, donde un fondo colectivo servía a todos los trabajadores y al bien común en centros vacacionales, guarderías etc., los asegurados del IMSS y luego los del ISSSTE fueron enviados al esquema de las Afores, donde cada trabajador tiene su monto individual –¿quién lo disfrutará una vez que haya muerto?- colocado en los centros de especulación bursátil por administradores que se llevan la tajada grande. Por eso uno de los titulares de La Jornada dice hoy que en vez de ganar, los fondos de pensión en conjunto han perdido 63 mil 500 millones en los últimos seis meses.



Muchos jubilados de Estados Unidos ya vieron esfumadas sus pensiones con la caída de Emron, pero ahora son los ciudadanos todos quienes están presenciado el estrepitoso derrumbe del orgulloso y fatuo modelo neoliberal. Primero Mr. Bush dijo que se ocupaban 100 mil millones de dólares para ‘rescatar’ a los bancos que, juguetones, habían especulado con dinero contable, esto es, inexistente, generando la impresión de gran bonanza. Lo trágico es que ahora habla de un rescate, probablemente insuficiente, de ¡700 mil millones de dólares! que, como el Fobaproa, deberán pagar los ciudadanos estadounidenses para futura pobreza de todos. Dinero para salvar ricos, pues, tomado del bolsillo de los ciudadanos. Cuando México hizo lo mismo dejó de invertir en educación y en salud, porque las ganancias del petróleo hace tiempo se destinan a mantener burocracias, enriquecer corrupciones y a otorgar ‘estímulos fiscales’ a las grandes empresas.



Según el neoliberalismo, las empresas deben regirse por el ‘libre mercado’ y la función del Estado es reducirse al mínimo. Los presidentes mexicanos han sido muy obedientes (por eso hay un loco que cuerdamente les llama peleles) y han seguido todas las falsas recetas de ‘crecimiento económico’ que dictan los gringos. Por eso hoy el gobierno mexicano no garantiza nada: solamente que habrá soldados y policías en cada esquina para sembrar miedo en quienes no creemos en Calderón y sus buenas intenciones. ¿O de veras creen mis lectores que la finalidad de la fuerza bruta legal es acabar con el narcotráfico?


Estados Unidos está viendo caer su modelo en un momento excelente porque, los que juran que el petróleo en manos privadas dará riqueza al país, son los mismos que creen que los bancos privados pueden especular y al mismo tiempo ser autofinanciables, los que piensan que no hace falta apoyar al campo y es preferible importar semillas transgénicas, los que sostienen que la salud es un asunto particular sin importar el conjunto del país, o los que juran que la educación es una mercancía que debe generar ingresos en vez de producir civilización. Se trata de una verdadera crisis: terrible por sus devastadoras consecuencias y a la vez oportuna porque produce posibilidades de regeneración que ojalá sepamos aprovechar.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Educación cívica sin civismo


Con la firma del acuerdo que dio lugar a la Comunidad Económica Europea (CEE), las fronteras entre los países se abrieron y se advirtió que los niños europeos debían fortalecer sus convicciones democráticas para llegar a ser ciudadanos de su comunidad, de su país, de Europa y de un mundo realmente globalizado. Mientras la educación cívica desaparecía en México, en otros países se robustecía y los libros de texto enseñaban las nuevas realidades para un nuevo ciudadano.


En México no sucedió así porque el Tratado de Libre Comercio (TLC) era un asunto diferente: la frontera con Estados Unidos, en vez de abrirse, se cerró con bardas, patrullas y más requisitos legales. Ni siquiera hubo una verdadera apertura comercial: Estados Unidos monopolizó el comercio de granos, nos avasalló con transgénicos y chatarra, y a cambio cerró su frontera, cada que quiso, a los productos mexicanos.



Desde la perspectiva neoliberal, los niños mexicanos ya no necesitaban formación cívica: la globalización había llegado y su destino era ser consumidores más que ciudadanos. No debían cuestionar su condición: los homenajes patrios eran el mejor camino para mantenerlos ordenados, sumisos (“niños eternos separados por la distancia del brazo y por el ‘guarden silencio’), y dispuestos a escuchar discursos políticos sin significado. Estaban obligados a seguir siendo mexicanos sin ser ciudadanos, ni de su país ni del mundo.




Es inútil enseñar historia
, dijeron los tecnócratas, y se acabó el conocimiento de las culturas prehispánicas. Hay que fortalecer las competencias básicas –dijeron-, aritmética para ser buenos trabajadores y escribir para firmar pagarés bancarios. Más aún, hay que entrenar a los niños para llenar bolitas en los exámenes porque la globalización económica no necesita poetas ni literatos. La educación cívica tampoco es necesaria –dijeron-, y desaparecieron los libros de civismo pero se mantuvo la apatía ciudadana con muchos homenajes patrios en los que la bandera era transportada por soldados mientras México se ponía en venta: ferrocarriles, teléfonos, carreteras, líneas aéreas, bancos, educación.

Las nociones de justicia social y solidaridad se volvieron anticuadas porque las nuevas virtudes eran la ganancia, la competencia y la productividad. Los corruptos y los millonarios se volvieron más corruptos y millonarios. Los pobres y las clases medias cayeron en la miseria económica e ideológica soportando, golpe tras golpe, inflaciones, fobaproas, afores, desempleos, militarización creciente y nuevos impuestos.


Hoy que después de un descarado fraude electoral regresa la educación cívica a las escuelas primarias, me gustaría creer que se preparará a los niños para construir racionalmente sus convicciones y para defenderlas con su país. Sin embargo la formación ética requiere del ejemplo y hay todavía mucha Elba Esther en los maestros, mucho Durazo en los policías, mucha Vázquez Mota en los administradores y mucho Calderón en los políticos. Resulta ilógico en estas condiciones pensar que la sumisión, el cinismo y la corrupción retrocederán con un simple texto de educación cívica, destinado a recitarse en los nuevos homenajes a la patria.

martes, 9 de septiembre de 2008

Quiero dormir

Alfonsina Storni

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados..

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara en la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito..

Déjame sola; oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides.

Gracias... Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.


‘Quiero dormir’ fue enviado al diario La Nación de Argentina el mismo día en que su autora, Alfonsina Storni, se suicidó. Hija de un industrial cervecero, Alfonsina nació en Suiza en 1892. Tenía cuatro años de edad cuando su familia, en estado de miseria, se traslada a Argentina. Para sobrevivir Paulina Martignoni, su madre, abre una pequeña escuela y después una cafetería. Pero cuando se casa de nuevo, Alfonsina viaja a Coronda y trabaja como costurera, lavaplatos, cajera, prefecta en una escuela y actriz en una compañía de teatro a fin de pagar sus estudios como maestra. Después de obtener el título y al tiempo que ejerce la docencia, Alfonsina publica sus primeras poesías y obtiene de inmediato el reconocimiento del mundo literario. En 1912 nace su hijo Alejandro lo cual la sume de nuevo en problemas económicos. A pesar de eso publica su segundo libro y, madre soltera, empieza a defender la causa feminista. Titular de la Cátedra de Teatro Infantil Albarden en la Universidad de Montevideo, profesora de lectura y declamación en la Escuela Nacional de Lenguas Vivas, Alfonsina viaja a Europa en 1930 y 1934 tras lo cual se le descubre un tumor en el pecho. Al ser operada, sus depresiones y neurosis se acrecientan. Incapaz de enfrentar el cáncer terminal se recluye y evita a sus amistades hasta que en 1938 se suicida en la playa de La Perla, en Mar del Plata.
En la obra de Alfonsina Storni destacan los poemarios La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920), Ocre (1925), Mundo de siete pozos (1934), Mascarilla y trébol (1938) y más de una decena de obras de teatro. Inspirados en su último poema y en el trágico suicidio, Ariel Ramírez y Félix Luna crearon la canción Alfonsina y el mar.