lunes, 24 de enero de 2011

Lilia Carrillo (2)

Lilia regresa a México en 1956, y en casa de su madre Socorro García nace su segundo hijo, Juan Pablo. Tiene apenas 26 años de edad, pero el país al que ha llegado es diferente del que dejó: abierto ahora al capital privado por Miguel Alemán, México coquetea ya con el abstraccionismo pictórico que Estados Unidos, inmerso en la Guerra Fría, promueve propagandísticamente contra el realismo socialista de la URSS. Al mismo tiempo han surgido diversas galerías privadas que reciben a los nuevos artistas, principalmente de la clase media y la burguesía.
Y contra el nacionalismo mexicano, que el propio Estado impulsó antes en la pintura mural, el INBA y el Museo de Arte Moderno empiezan a traer exposiciones del extranjero y se manifiestan modernas en un sentido internacionalista. En otras palabras, se gestan las condiciones para La Ruptura, que según Sol Álvarez fue no sólo en temas, técnicas y formas, sino en la política cultural del Estado mexicano, que ahora quería una imagen moderna y una posición internacional manteniendo sin embargo su legitimidad en el patrocinio cultural.




Lilia participa en la Bienal Internacional de Pintura y Grabado (1958) donde aparece por primera vez la generación de La Ruptura, con artistas que buscaban lugares fuera del subsidio estatal y rompían con el modelo nacionalista de la escuela Mexicana. Por esos días Rosario Castellanos regresa de Comitán, donde estaba al frente del Instituto Nacional Indigenista, para casarse con Ricardo Guerra.




Aquí desvío un poco mi escrito para mencionar que, a mi entender, el tan alabado discurso feminista de Rosario Castellanos fue una construcción racional que la enfrentaba por una parte a su obsesión por Ricardo Guerra y por otra a su inseguridad como mujer. De allí surgieron las innumerables depresiones, celos e incluso intentos de suicidio, que registran todos sus biógrafos y que culminaron 17 años después de iniciada la relación, cuando dejó de escribir sus famosas "Cartas a Ricardo", que serían publicadas póstumamente. En cambio Lilia Carrillo, silenciosa, fue más segura de sí y sus actos más congruentes con el discurso feminista que expresaba pictoricamente: por eso en 1960, en Washington, contrae matrimonio con Manuel Felguérez, el pintor y escultor que había conocido en París y con quien comparte el gusto por el abstraccionismo.




A partir de su matrimonio con Felguérez, a las exposiciones de Lilia en la galería Antonio Souza y en el Museo de Arte Moderno de México, se suman otras en Estados Unidos, Japón, Perú, Brasil, España, Colombia y Cuba. Al mismo tiempo, la pareja incursiona en la realización de escenografías y vestuario para Alejandro Jodorowsky.



Sin embargo, esos fueron también los años más difíciles. En México la pintura de la pareja no era totalmente comprendida ni apreciada, pues el arte realista conservaba amplios espacios y gran parte del público se oponía al abstraccionismo. Entre los problemas económicos, el cáncer de su madre y la atención a sus hijos, Lilia elaboraba invitaciones decoradas y figuras de barro, o producía cuadros comerciales bajo el pseudónimo de Felisa Gross, mientras Felguérez impartía clases de pintura.


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