lunes, 31 de diciembre de 2007

Los lugares de Zalacaín II


La más grande aventura de Zalacaín inicia en la desembocadura del río Nivelle donde colindan tres pueblos vascofranceses: Socoa, Ciboure y Saint Jean de Luz. En una taberna de Socoa –que es considerado el puerto de Saint Jean de Luz-, con vino y música de acordeón, el viejo Ospitalech habla de un negocio arriesgado: internarse a las filas carlistas para conseguir de varios generales la firma de unas letras.



Los marineros del barco La Flèche cantaban a gritos ‘Les matelots de la Belle Eugénie’, cuando Zalacaín decidió encargarse del delicado asunto. Luego salieron de la taberna hacia Ciboure, una especie de colonia de Saint Jean de Luz donde Luis XIV construyó en el siglo XVII el Fuerte de Socoa, enorme torre circular destinada a proteger la ciudad de los intentos de invasión de los españoles. Hoy el Fuerte es un centro náutico con acceso al público entre junio y agosto. Los habitantes de Ciboure presumen además la Maison Estebania, casa de estilo holandés donde nació el famoso compositor Maurice Ravel en 1875, y la casa que habitó el pintor Henri Matisse.



Después de establecer acuerdos económicos con el judío Levi-Álvarez, nuestro personaje zarpa de Saint Jean de Luz en el barco La Flèche rumbo al puerto vasco-español de Zumaya que en la actualidad tiene unos 8 mil habitantes. El paseo del faro (derecha) lo recibió a su llegada.



Quien siguiendo a Zalacaín recorra Zumaya, puede visitar el Museo de Ignacio Zuloaga (Etxea 4), una antigua hospedería de peregrinos en la ruta de Santiago. El museo abre únicamente por las tardes de miércoles a domingo y cuenta en su colección con cuadros de El Greco, Zurbarán, Goya y Vicente López, esculturas renacentistas y bronces de Rodin además de obras del propio Zuloaga. A poca distancia se encuentra la Iglesia de San Pedro de Zumaia, interesante edificio renacentista que se empezó a construir en el siglo XIII. Exteriormente la iglesia parece una fortaleza, es de una sola nave y tiene a los pies una torre medieval. El interior permanecerá cerrado por obras de mantenimiento hasta julio del 2008, pero conserva entre sus tesoros un gran retablo de Juan de Anchieta (1577) y varios trípticos flamencos de Marino Martínez.



Zalacaín partió de Zumaya después de visitar a los comerciantes, comprar unos caballos y conseguirse un salvoconducto. Luego cruzó de noche el puente de Iraeta y siguió bordeando el Urola hasta ver a lo lejos la cúpula del Santuario de Loyola, construcción barroca contigua a la casa-torre medieval donde nació el llamado ‘vasco más universal’: San Ignacio de Loyola.



A un kilómetro de este Santuario estaba el siguiente punto de su recorrido, la ciudad de Azpeitia, donde hoy se encuentra el Museo Vasco del Ferrocarril (Julián Elorza 8), en la antigua estación de Azpeitia construída en 1926.



La entrada al Museo cuesta 4 euros. Un tren de tracción realiza un recorrido de cinco kilómetros entre Azpeitia y el barrio de Lasao por la ruta Zumárraga-Zumaya que fue clausurada en 1986. Además de las máquinas en exhibición y de las salas dedicadas a explicar el funcionamiento mecánico de las locomotoras, si tenemos suerte pueden tocarnos las jornadas festivas en las que se encienden 4 o 5 de las locomotoras para realizar viajes cortos.


Zalacaín permaneció en Azpeitia hasta el anochecer, durmió en Regil y luego partió a Tolosa, lugar famoso por tener igual que Azpeitia y Pamplona una larga tradición taurina. En Tolosa hay durante el carnaval una tradición parecida a la pamplonada, cuando algunos toros son soltados por las calles de la ciudad. Durante el primer día del Carnaval de Tolosa los habitantes salen disfrazados y se desatan hasta que ‘se entierra la sardina’. Al día siguiente continua la fiesta que culmina con la tamborrada por la noche. El domingo es tradicional levantarse y acudir en pijama a la celebración que dura todo el día. Y el martes es el día de soltar vaquillas y de presenciar desfiles hasta que se da de nuevo ‘el entierro de la sardina’. Desde luego no faltan en Tolosa los edificios bellos e históricos como el Palacio Aramburu (izq), el Ayuntamiento o el Archivo Provincial, pero todo queda opacado por la alegría de su gente durante el carnaval.
El último punto del recorrido de Zalacaín fue Estella (Lizalla) que entonces era la capital del Estado Carlista. Llegó por la noche después de dormir en Amezqueta, pernoctar en Echarri-Aranaz y de atravesar el túnel de Lizárraga. En su segundo día de estancia recorrió la rua mayor (hoy calle Curtidores) hasta llegar a la Iglesia del Santo Sepulcro, exquisito ejemplo de gótico francés construida en el siglo XIII: “A Martín le pareció aquella portada de piedra amarilla, con sus santos desnarigados a pedradas, una cosa algo grotesca, pero el extranjero aseguró que era magnífica”.



Zalacaín continuó visitando todas las iglesias de Estella, especialmente la cisterciense de San Pedro de la Rúa y la de San Miguel. La ciudad, construida en 1090 para ayudar a los peregrinos que toman la ruta de Santiago, fue pronto lugar de asentamiento de francos y judíos, y centro de una gran actividad comercial. A lo largo de los siglos siguientes los estilos arquitectónicos se multiplicaron dando lugar a una inmensa riqueza artística organizada toda en torno a la religión. "Qué país!-, dijo un extranjero a Zalacaín; la gente no hace más que ir a la iglesia. Todo es para el señor cura: las buenas comidas, las buenas chicas... Aquí no hay nada que hacer...!"



Esa noche, Zalacaín se topó en la posada con Carlos Ohando quien a pesar de estar herido alcanzó a reconocerlo. Después de velar toda la noche en su cuarto, Martín fue al Palacio de los Reyes de Navarra (hoy Museo Gustavo de Maetzu) a ver a Carlos de Borbón para conseguir la firma restante. Pero después de poner a resguardo los documentos y de visitar a Catalina en el Convento de Recoletas fue tomado preso. Lo siguiente que hizo fue escapar de la cárcel y llevar al convento una carta falsa de Carlos Ohando para raptar a Catalina… quien tuvo que salir acompañada por la madre superiora.



El cruzar de nuevo las líneas carlistas con una chica y una religiosa raptadas fue otra odisea que vivió Zalacaín. Pero su empresa tuvo éxito y finalmente pudo casarse con su prometida en Zaro. Todavía apoyó Martín a los liberales en Zugarramurdi, lugar conocido como cuna de la brujería en España. De hecho las creencias locales de los campesinos, rituales ancestrales mal vistos por la iglesia, incluían el uso de hongos alucinógenos dentro de las cuevas y la celebración de fiestas en Aquelarre (que en vascuence significa Prado del Macho Cabrío) por lo que la Santa Inquisición, después de un largo juicio en que murieron varios acusados, en 1610 quemó a doce de ellos en la hoguera.



Zalacaín murió en Saint Jean Pied de Port, pequeña ciudad del país vasco-francés donde inicia una de las principales rutas de peregrinación cristiana a Compostela: visitar la tumba del apóstol Santiago es una tradición que se mantiene desde la Edad Media. Había llevado a Catalina Ohando a buscar a su hermano Carlos quien huía con el vencido ejército carlista a Francia. Al insultar Carlos a su hermana, Zalacaín le exige retractarse y entonces muere asesinado por un sirviente de los Ohando.

domingo, 30 de diciembre de 2007

Los lugares de Zalacaín 1


En Zalacaín el aventurero se mencionan apellidos que suenan a Sinaloa (Lerrumburo, Echebarría, Sarralde, Mendieta, Elizondo, Gañecoechia, Laguardia, Ibarra, Echemendi, Lizarraga), lo cual me generó una agradable sensación de proximidad con el personaje y con la novela. Ignoro si Pío Baroja, originario de San Sebastián, escribió este libro en su natal vascuence, que es considerada una lengua muy antigua, con raíces en el paleolítico y sin parentescos con ninguna otra. De hecho, la geografía del País Vasco o Euskadi es rica en monumentos megalíticos –dolmenes, menhires, cromlechs-, y se caracteriza por poseer pequeños poblados diseminados entre las montañas, como los que había en Sinaloa antes del narcotráfico, cuando a lo largo de la Sierra Madre Occidental uno podía encontrar rancherías aisladas, que conservaban lengua y tradiciones ya desaparecidas en las ciudades.


El valle de Urbia, el lugar de nacimiento de Zalacaín, se ubica en la provincia vasca de Guipúzcoa, y es muy apreciado por quienes gustan de los deportes de montaña. Para acceder a este valle, que lleva a la Sierra de Aitzcorri donde se encuentran las cimas más altas del país vasco, uno debe partir de Arantzazu. Una hermosa basílica construida durante el franquismo por el arquitecto Francisco Saénz de Oiza con esculturas de Jorge de Oteiza es el punto de partida.



A 10 kilómetros de Aranzazu se encuentra Oñate, en un valle rodeado de altas montañas. Carlos Ohando estudió en esta ciudad, tal vez en la Universidad de Sancti Spitirus construida en el siglo XV y que por entonces llevaba el nombre de 'Universidad Libre'. Sin embargo, la formación liberal humanista no modificó la condición “cerril y oscura” de Ohando, muy dada al odio y la envidia según lo describe Baroja. Y debe haber estado más conforme cuando el edificio con su fachada, el claustro, los artesonados mudéjares y el retablo plateresco de la capilla fue sede de la Real y Pontificia Universidad Vasco Navarra entre 1874 y 1876, durante los años de dominación carlista. Hoy el lugar es sede del Instituto Internacional de Sociología Jurídica.




Destaca también en Oñate la parroquia de San Miguel, un templo gótico con elementos de épocas posteriores, que ostenta un retablo plateresco en la capilla de la Piedad. Y es también digno de mención el Monasterio de Bidaurreta, que contiene elementos de mudéjar, gótico y renacentista.



Pero vayamos más allá de Oñate y Urbia hasta Zaro (o Sare), ubicado en la región vascofrancesa de Aquitania. Zaro es el lugar al que se fue a vivir Bautista Urbide con Ignacia Zalacaín para estar lejos de Carlos Ohando. Allí, quizá por la presencia de las famosas grutas, estableció Martín Zalacaín su lugar de descanso mientras comerciaba con mulas compradas en Dax que pasaba de contrabando por Roncesvalles hasta las filas carlistas. Actualmente las grutas de Zaro son un lugar muy visitado por los turistas porque a su magnificencia se ha añadido un espectáculo de luz y sonido creado por técnicos franceses sobre la inspiración del antropólogo J.M.de Barandiaran. Y aunque en estos días están cerradas por la inundación que afectó a Zaro en mayo de 2007, a cambio el público puede disfrutar gratis en el museo de sitio y en la página http://lamin.sare.fr/, una exposición sobre la mitología vasca, con textos e ilustraciones del artista Claude Labat.


De apenas 2200 habitantes, Zaro tiene una larga historia definida según Paul Douturnier por el contrabando, que aquí “ha sido una verdadera profesión”. Quien visite Zaro puede conocer el modo de vida de un vasco acomodado del siglo XVI visitando la Maison Basque (Ortillopitz), construcción efectuada en 1660 dentro de una extensa área de manzanares, viñedos y campos de lino, cuya fachada y detalles ha sido preservada cuidadosamente durante más de tres siglos. Al interior los cerrojos, los recipientes de cocina, los muebles, todo se conserva tal como lo compró el primer propietario. 7 euros los adultos y 3 los niños.



Finalmente, dado lo pequeño del pueblo y la presencia de una antigua tradición culinaria nadie puede salir de Zaro sin haber visitado el Museo del pastel vasco. Además de las diversas salas -imposible no entrar a la de iniciación a la repostería-, el visitante puede probar y comprar pasteles vascos de cereza, crema o chocolate, tartas de nuez, pistache o almendras, los deliciosos kanougas (dulce de chocolate y caramelo) y nougamieles, la tarta de Amatxi, elaborada con manzanas y crema ligera caramelizada, la xareta de café y chocolate, y otras delicias.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Zalacaín el aventurero (II)


Las aventuras de Zalacaín tienen como escenario histórico las Guerras Carlistas. El origen de estas guerras está en una ley que prohibía reinar a las mujeres: la Ley Sálica, que ya había sido derogada en 1789, pero que sólo se hizo efectiva cuando Fernando VII, sin descendencia masculina, hereda el trono a su hija Isabel. Como Fernando también había abolido la Constitución de 1812, desaparecido la Inquisición e igualado leyes y costumbres eliminando fueros y privilegios, los sectores conservadores se agruparon en torno a su hermano Carlos María Isidro de Borbón, quien desconoce a Isabel, proclamada reina por su madre la regenta María Cristina.


A partir de allí los partidarios de Carlos María Isidro de Borbón (Carlistas), se opusieron a quienes apoyaban a la regente María Cristina (Cristinos) en una guerra civil que en esencia enfrentaba a quienes pretendían un régimen absolutista y los que deseaban un gobierno liberal bajo Isabel II de España. La historia de Zalacaín el aventurero ocurre en la frontera España-Francia donde, según la misma novela, “los vascos, siguiendo las tendencias de su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Así habían peleado en la antigüedad contra el romano, contra el godo, contra el árabe, contra el castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva”.



La Primera Guerra Carlista duró siete años (entre 1833 y 1840). Las ciudades del País Vasco y Navarra, con apoyo del clero local, fueron carlistas. Pío Baroja pone en boca de Tellagorri una canción que dice: “¡Viva Espartero, Viva la reina! Ojalá de repente se muriese su sucia madre!”. En el resto de España, los liberales controlaban al ejército y todas las ciudades importantes con ayuda de Reino Unido, Portugal y Francia.



La Segunda Guerra Carlista, también llamada Guerra de los matiners (o madrugadores pues las guerrillas atacaban al amanecer) duró tres años, entre 1846 y 1849 y sucedió fundamentalmente en Cataluña donde tras una crisis agrícola y de alimentos, la propiedad comunal chocó con la agricultura liberal y el incipiente industrialismo.



Las aventuras de Zalacaín ocurren durante la Tercera Guerra Carlista, que sucedió de nuevo en el País Vasco y Navarra, entre 1872 y 1876. En esta ocasión Carlos María de Borbón reinició el movimiento desde el exilio y llamó a la sublevación el 21 de abril de 1872. Pío Baroja dice en su novela: “Estos aldeanos y viejos hidalgos de Vasconia y de Navarra, esta semiaristocracia campesina de las dos vertientes del Pirineo creía en aquel Borbón vulgar, extranjero y extranjerizado, y estaban dispuestos a morir para satisfacer las ambiciones de un aventurero tan grotesco”.



Sin embargo, dos días después de cruzar la frontera francesa el 2 de mayo, Carlos de Borbón fue sorprendido por las tropas isabelinas y obligado a regresar. Después de establecer el 18 de diciembre como nueva fecha de insurrección, el pretendiente al trono volvió a España en julio de 1873 conquistando el País Vasco y Navarra y estableciendo en Estella su capital. El nuevo Estado Carlista duró más de dos años hasta que en enero de 1876 el ejército gubernamental reconquista Estella, obligando a los carlistas a huir hacia Francia.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Zalacaín el aventurero


Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna (…). Zalacaín era afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien. Negocios, contrabando, amores, juego…”. Así comienza la segunda parte de Zalacaín el aventurero, novela en la que Pío Baroja detalla la vida de un joven vasco dedicado a tentar a la fortuna.

Martín Zalacaín nace en las afueras del pueblo de Urbía, en terrenos cedidos por los Ohando. Inteligente y audaz, se cría tras la muralla enfrentando a pedradas a los niños alfabetizados que viven dentro del pueblo. A los ocho años de edad es acusado de ladrón por Carlos Ohando a quien vence en una pelea infantil. El episodio es significativo porque un antepasado suyo, Martín López de Zalacaín, había sido asesinado en 1412 por un antepasado de los Ohando.

Al morir su madre, Martín y su hermana Ignacia son recogidos por su tío abuelo Miguel Tellagorri, un tipo ateo, individualista, cínico y asiduo a la taberna. Tellagorri hereda a Zalacaín unas monedas de oro y le aconseja dedicarse al contrabando: “Vete a la guerra, pero no vayas de soldado. Ni con los blancos ni con los negros. ¡Al comercio! Venderás a los liberales y a los carlistas, harás tu pacotilla y te casarás con la chica de Ohando”.

El odio de Carlos Ohando había crecido al advertir que su hermana Catalina y Martín se amaban. Para vengarse intenta deshonrar a Ignacia pero Martín da una dote a su amigo Bautista Urbide quien se casa con ella y se establece en Zaro, un pequeño pueblo vascofrancés. Una vez iniciada la guerra, Martín y Bautista se dedican al contrabando de armas y caballos en la frontera hasta que se ven obligados a integrarse a la guerrilla bajo el mando de un cura carlista.


Durante el asalto a una diligencia los amigos consiguen huir pero Martín, una vez repuesto de sus heridas, continúa sus aventuras y acepta internarse entre los carlistas para conseguir que varios generales, entre ellos el mismo Carlos de Borbón, firmen unas letras. Así se embarca a Zumaia y sigue a Azpeitia, Tolosa y Estella. Después de escapar de la cárcel de Estella, Martín rapta a Catalina Ohando de un convento y cruza de nuevo las líneas carlistas para casarse con ella.



La boda sucede en Zaro, pero el “amor al peligro y una confianza ciega en su estrella” induce a Zalacaín a buscar más aventuras. Es entonces cuando, una vez vencidos los carlistas, la historia se repite y durante una discusión con Carlos, Martín muere asesinado por el sirviente de los Ohando. Según relata Pío Baroja, su tumba en Zaro dice ‘Aquí yace Martín Zalacaín muerto a los 24 años el 29 de febrero de 1876’.

sábado, 15 de diciembre de 2007

En un cuarto de hotel

María Monvel



En cuartito de hotel lindo y desconocido:
-horizontes azules, focos esmerilados-,
en donde entramos juntos, absortos y turbados
por el fiero imposible que habíamos vencido.

El me besó en la boca, y le entregué rendido
mi cuerpo frágil, dulce, deseoso y extenuado....
¡Oh reposo indecible después de lo pasado!
¡Oh delicia inefable después de lo sufrido!

Yo no sentí rubor de mi carne desnuda.
La dicha me ahogaba como una mano ruda
y el cristal de mis ojos se enturbiaba de llanto,

mientras él de rodillas, con sus besos furtivos,
abrazaba el marfil de mis pies sensitivos
con la fiebre ardorosa de su boca de santo.


Un detalle de El beso de Gustave Klimt como pretexto para presentar a mis lectores En un cuarto de hotel, poema que destaca, por su honradez temática y su sensualidad poco usuales en una mujer de principios de siglo, dentro de la obra de la chilena María Monvel . El verdadero nombre de María Monvel era Tilda Brito Letelier, nació en Iquique en 1899 y murió debido a la fragilidad de su salud en 1936, a la edad de 37 años. Después de vivir su infancia en provincia, María se trasladó a la capital donde publicó sus poemas, tradujo a Shakespeare y Goethe, editó libros y acaparó la atención de las revistas de la época, que pusieron en portada su delicada belleza, descrita como frágil y encantadora. Según Gabriela Mistral, María Monvel fue "la mejor poetisa de Chile, pero más que eso: una de las grandes de nuestra América, próxima a Alfonsina Storni por la riqueza del temperamento y a Juana (de Ibarburou) por la espontaneidad”. Publicó siete poemarios: Últimos Poemas (presentado póstumamente por su marido José Donoso), Romances de Ensueños, Fue Así, El Marido Gringo, Poesías, Poetisas de Américas y Sus Mejores Poemas.

jueves, 13 de diciembre de 2007

¿Sabes lo que te comes?


Green Peace ha lanzado en Europa una campaña titulada ¿Sabes lo que te comes? Con la siguiente leyenda al margen: “El DNA de las plantas genéticamente modificadas puede contener genes de insectos, animales e incluso virus. Son productos que pueden causar daño a tu salud. Busca la leyenda GMO free en el empaque”.



Lamentablemente, los senadores en México aprobaron el 15 de febrero de 2005 una irresponsable ley que, a fin de favorecer financieramente a las grandes compañías que experimentan con maíz, frijol y otros vegetales de la dieta diaria, pone en riesgo la salud de los mexicanos. Según el artículo 101 de la Ley de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados, ninguna empresa alimenticia está obligada a que la leyenda “GMO free” (libre de transgénicos) aparezca en el empaque de sus productos. A la pregunta ¿Sabes lo que te comes?, la gente en México puede responder inocentemente: “un pan, un jugo enlatado o unas tortillas…”. En Europa por lo menos te avisan.


miércoles, 12 de diciembre de 2007

Manuel M. Ponce: la post revolución


Durante los años posrevolucionarios la fama de Manuel M. Ponce se afianza, sostenida en sus creaciones, su labor docente, la dirección de la Orquesta Sinfónica de México y los artículos de crítica musical que elabora para publicaciones como la Revista Musical de México –que codirige con Rubén M. Campos-, y México Moderno de Enrique González Martínez. Sin embargo, pese a lo infatigable de su labor y al reconocimiento de que goza ya su obra, siente necesidad de profundizar su saber sobre las vanguardias musicales europeas.



En 1925 se establece en París con su esposa y estudia en la École Normale de Musique, donde sus maestros Paul Dukas –autor de El aprendiz de brujo-, y Andrés Segovia le enseñan estructuras impresionistas y otras formas armónicas. De esa época son sus Preludios y Sonatas para guitarra (repertorio obligado de los principales guitarristas del mundo), sus Preludios para violoncello, su Cuarteto para instrumentos de cuerda y su Sonata breve para piano y violín. Después de fundar hacia 1928 en París La Gaceta Musical, Ponce se titula en julio de 1932 como licenciado en composición.



Al año siguiente regresa a México y es nombrado catedrático de piano y luego director interino del Conservatorio Nacional de Música, puesto que abandona cuando muere su amigo Luis G. Urbina en cuyo honor compone el Poema Elegiaco. Durante los años siguientes, grandes directores estrenan sus obras: Stokowsky dirige en Filadelfia y Nueva York el Tríptico Sinfónico Chapultepec (1934). Ernest Ansermet dirige la Suite en estilo antiguo (1936). Lamberto Balde estrena en Montevideo el Concierto del Sur con solos de Andrés Segovia (1941). Carlos Chávez estrena con la Orquesta Sinfónica de México el Concierto para violín y orquesta (1943).



También en términos académicos Ponce mantiene y acrecienta su brillante trayectoria: la Escuela Nacional de Música de la UNAM lo nombra profesor titular de Folklore Musical y seis años más tarde director de la Institución; el Conservatorio Nacional de Música, catedrático de Pedagogía en 1942 y dos años más tarde catedrático de Estética. La Secretaría de Educación Pública lo hace miembro del Seminario de Cultura Mexicana; y el gobierno de México le otorga el Premio Nacional de Artes y Ciencias en diciembre de 1947. Unos meses después, en abril de 1948, Manuel María Ponce Cuellar muere. En su honor, una de las salas del Palacio de Bellas Artes lleva su nombre.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Manuel M. Ponce: los años de la Revolución


Mientras crece en el país la agitación contra la dictadura porfirista, Luis G. Urbina propone a Justo Sierra que Manuel M. Ponce ocupe la cátedra de piano en el Conservatorio Nacional de Música. Así, en 1908 Ponce se traslada a México donde comparte casa con el tenor Mario Talavera, se hace amigo de Sebastián Lerdo de Tejada y adapta música a poemas de sus amigos Urbina, Nervo y González Martínez. Dos años después monta la Academia de Piano Manuel M. Ponce, donde familiariza a sus alumnos con los impresionistas franceses y con los temas nacionalistas que compone. Al caer el dictador, integra por primera vez un recital con obras de Claude Debussy y es precisamente su alumno Carlos Chávez quien abre el programa interpretando Claro de Luna. Luego surge una serie de exitosos recitales en los que Ponce estrena sus obras nacionalistas: Por ti mi corazón, Rapsodia mexicana, Scherzino mexicano, Estrellita… y sus adaptaciones a temas populares: Marchita el alma, El desterrado, La Valentina, La cucaracha.


Es en estos días que empieza su noviazgo con Clementine Maurel e inicia una labor asistemática pero constante de investigación folklórica recopilando canciones que los trovadores populares recogen y memorizan para llevar a ferias y cantinas. Está documentada por ejemplo su amistad con una mujer ciega, Severiana Rodríguez, quien cantaba en iglesias y mercados y lo visitaba periódicamente en su casa para cantarle los temas que recogía entre el pueblo.



El libro Ponce, genio de México, de Emilio Díaz Cervantes, transcribe de Revista de Revistas una conferencia sobre la canción popular que imparte Manuel M. Ponce en diciembre de 1913. La canción mexicana –dice-, “es producto genuino del pueblo. Nunca tuvo su origen en los salones dorados y delumbrantes de los magnates; no surgió jamás de una soirée aristocrática (…). Los sufrimientos de los poderosos se evaporan entre las burbujas del champagne o se olvidan en la loca carrera de un automóvil… el amor de los burgueses se contenta y se mece con un vals de opereta vienesa o se exalta con el ritmo canallesco de un cake-walk americano…” La canción popular, sin embargo, “encierra todo el sufrimiento, la pasión, el amor, los celos, la esperanza, la desilusión, los recuerdos, las tristezas y fugaces alegrías de esa clase social condenada al rudo trabajo y a la indiferencia de los próceres…”.


Cuando en febrero de 1914 Victoriano Huerta ordena a Ponce dirigir un coro de 2 mil voces que cantaría acompañado por diversas bandas militares en la Alameda Central, el compositor cumple exitosamente la encomienda aunque no simpatiza con el dictador. Unos días después, como velada protesta, aparece un escrito suyo que parafrasea al escultor Miguel Angel: “en estos días de agonía de la patria soñaremos en el regazo de nuestra señora la música mientras duran la miseria y la vergüenza…”



Mientras, fuera de la capital crecen las fuerzas de Zapata y Villa y en México la actividad cultural se detiene. Ponce intenta mantenerse vigente organizando grupos de cámara y participando en otras agrupaciones como músico. Pero con la entrada a la capital de los villistas y zapatistas (diciembre 6 de 1915), recela de quienes lo creen partidario de Huerta y se autodestierra a Cuba en marzo de 1916.


En Cuba, Ponce abre su creatividad a la sincopada alegría de los sones, rumbas, boleros, danzones y guarachas. Integrándose plenamente al ambiente artístico de la isla, compone sus Rapsodias Cubanas y ofrece varios exitosos conciertos en las salas del Conservatorio Nacional de Música. Luego colabora como crítico musical en periódicos y revistas hasta que, habiéndose marchado sus amigos mexicanos a España abre una academia de música. En marzo de 1916 viaja a Nueva York para ofrecer una serie de conciertos en el Aeolian Hall y grabar sus composiciones. Los fonógrafos y pianolas del mundo multiplican la fama de Manuel M. Ponce y especialmente de su canción Estrellita.


Es entonces cuando el gobierno mexicano le ofrece la dirección de la Orquesta Sinfónica Nacional y reponer sus clases en el Conservatorio. Ponce viaja a su país a realizar los trámites necesarios, realiza una exitosa serie de conciertos, recibe innumerables homenajes y vuelve a Cuba para fundar la Orquesta Filarmónica de La Habana de la que es nombrado director pues sus composiciones nacionalistas cubanas lo vuelven entrañable también para aquel país. Sin embargo un mes después regresa a México con su novia Clementine quien, proveniente de Nueva York, lo ha visitado en Cuba. Ya como director de la Orquesta Sinfónica Nacional, abre en julio de 1917 su Academia de Música Manuel M. Ponce para la Enseñanza Moderna de Piano y Composición y se casa finalmente con Clementine en una boda resonante porque durante la misa la Orquesta Sinfónica Nacional homenajea a su director con un brillante concierto.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Manuel M. Ponce: El Porfiriato

Todos los mexicanos hemos escuchado alguna vez canciones como Marchita el alma, A la orilla de un palmar, La Pajarera, Alevántate o Estrellita. Lo que a veces ignoramos es que estas canciones fueron creadas por un músico que, digno heredero de Franz Liszt, Claude Debussy y Andrés Segovia, se propuso modificar el status de la música popular mexicana y vestirla con las armonías que le dieron vuelta al mundo.


Manuel María Ponce nació el 8 de diciembre de 1882 en la ciudad minera de Fresnillo, Zacatecas, a donde su madre se trasladó para recibir apoyo familiar durante el parto. Sin embargo sus primeros pasos fueron en Aguascalientes, donde siempre radicó la familia Ponce Cuellar y donde murieron sus padres y hermanos.


Eran los tiempos del Porfiriato y la música campesina y de las clases bajas recibía el desprecio de los grupos poderosos que imponían los valses, mazurcas, chotís, polkas, marchas y pasodobles europeos. Quienes deseaban escuchar música tenían que asistir los domingos a los kioskos, ser aceptados en los bailes de salón de la nobleza o tocar algún instrumento. Pero toda la familia Ponce sabía música e incluso las hermanas mayores daban clases de solfeo, por lo que Manuel aprendió a tocar el piano antes de escribir y sorprendió a todos cuando a los cinco años compuso una danza, una marcha y una mazurca.



Cuando ya no tuvo nada que aprender en casa, Ponce continuó sus clases de música con el maestro Cipriano Avila y se integró al coro de la iglesia de San Diego. En la escuela contigua estudió inglés y francés y a los trece años fue nombrado organista en dicho templo donde formó un conjunto coral y compuso música sacra, varias obras que tocaba a cuatro manos con su hermano José Braulio, y diversos preludios, danzas y valses. Hacia 1900 su maestro decide que ya no tiene qué enseñarle y lo recomienda al pianista español Vicente Mañas con quien se hospedará en la ciudad de México mientras recibe clases de los italianos Pablo Bengardi y Eduardo Gabrielli.
El interés de obtener una beca a Europa conduce a Ponce a seguir el único camino conocido: inscribirse en el Conservatorio Nacional de Música. Pero la institución, regida por férreos valores conservadores, lo obliga a estudiar los primeros cursos como si fuera principiante. Al principio acepta, sigue estudiando paralelamente con Vicente Mañas y componiendo obras como su Gavota en Re bemol para piano. Sin embargo, al darse cuenta de que le faltaban nueve años para egresar como profesor, decide abandonar el Conservatorio y regresa a Aguascalientes.



Ponce sigue el poderoso ejemplo de su paisano, el famoso escultor Jesús F. Contreras, quien había superado el cáncer por el que le amputaron la mano derecha y creado con la izquierda una obra titulada Malgré Tout (A pesar de todo), que obtuvo el gran premio de escultura en la Exposición Universal de París 1900. Al llegar a Aguascalientes, el joven Manuel María imparte clases de solfeo y teoría musical en la academia de música del Estado y se convierte en organista de la iglesia de la Tercera Orden de San Francisco, pero dedica el resto de su tiempo, día y noche, a estudiar las partituras de Schuman, Chopin, Liszt y Bach. Cuando Jesús F. Contreras muere de cáncer en 1902 compone en su honor una pieza de piano, titulada precisamente Malgré Tout, para tocarse con la mano izquierda.



En sus frecuentes viajes a la ciudad de México, Ponce asiste a las reuniones que organiza Vicente Mañas y conoce a escritores como José Juan Tablada, Juan de Dios Peza y Luis G. Urbina. Estos lo conectan a su vez con Amado Nervo, Enrique González Martínez y Miguel Lerdo de Tejada con quienes emprende una estrecha amistad. En 1904, con dinero ahorrado de su trabajo –docencia, giras, clases particulares- al que suma la venta de su piano de concierto, Manuel M. Ponce emprende su anhelado viaje de estudios a Europa.



En Italia perfecciona sus conocimientos de contrapunto con Cessare Dall’Olio, hace amistad con Ottorino Respighi, conoce a Arturo Toscanini y compone nuevas obras para instrumentos de cuerdas. Nueve meses después viaja a Berlín e ingresa al Stern’sches Konservatorium donde toma clases con Martín Krauze, discípulo de Liszt, convirtiéndose en su alumno más aventajado. Después de diversas presentaciones en el conservatorio de Berlín, empieza a ser reconocido como pianista y compositor. La casa Bongiovanni de Italia y las casas Breitkopf y Hartel de Alemania publican sus obras. A pesar del crudo invierno europeo y la falta de dinero Ponce persiste hasta dominar las formas mayores de composición y regresa a México en 1907, con 24 años de edad.