Con Emmanuel he tenido una convivencia plagada de buenos ratos y anécdotas: cuando Elisa Pérez Meza iba a cantar durante el centenario de la ciudad de Los Mochis, hicimos el camino jugando ajedrez desde Culiacán; un día, después de una presentación de Elisa en el Museo de Artes Populares, caminamos hasta el cansancio por las calles de Guadalajara buscando puros cubanos por los que entonces él tenía fijación; cuando Elisa presentó el recital Hermana Cuba durante la Feliart Mazatlán, Emmanuel, emocionado, recibió la ovación del público haciendo lo que casi ningún músico hace: dejar de tocar. La siguiente foto la tomé durante un bloqueo carretero en que tuvimos que caminar algunos kilómetros hasta el punto del conflicto para tomar dos taxis que atendieron nuestra llamada desde un celular.
Emmanuel ha sido, además de gran amigo, un músico sensible a mi intención. Por ejemplo, cuando adapté música a Para las muertes de Oscar Liera, la vistió con un trémolo que ahonda el carácter trágico-meditativo de la melodía, ensamblada ya al texto. Y creó un arreglo elegante pero de apariencia sencilla a la adaptación musical que hice para el desgarrado amor de Gilberto Owen en Madrigal por Medusa.
Aunque lo veo continuamente –en ensayos, en la cabina de grabación, en las presentaciones a las que puedo asistir, en reuniones de amigos-, aunque apenas hace dos días estuvimos en casa con su novia Solymar, me dio gusto leer la entrevista y, por lo pronto, aprovecho mi rincón para felicitarlo.
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